Por azares del destino he tenido la oportunidad de liderar muchos proyectos en el sector público, lo que irremediablemente me ha puesto al frente de equipos pequeños, medianos, grandes, integrados por todo tipo de profesionistas.
Al momento de preparar esfuerzos y repartir instrucciones puedo identificar de inmediato con quién puedo trabajar de forma espléndida, y con quién la cosa se pondrá complicada en algún momento.
Una frase, una respuesta, una oración, pueden significar tantas cosas. Hay muchos especialistas en comunicación no verbal e imagen pública que podrán proporcionar muchos tips de cómo expresar la mejor versión de ti mismo en un ámbito profesional, pero si a pesar de ese esfuerzo no eliges las palabras adecuadas y dejas escapar de tus labios cualquiera de los siguientes enunciados: amiga, amigo, hay un asunto que debes resolver.
“Sin problema”, o sea: la posibilidad de que sí haya un problema.
En el primer ejemplo que les mencioné, a punto de iniciar cualquier proyecto, puedo identificar a dos modelos de colaboradores y calificar la experiencia que tendré con ellos casi de inmediato.
―Oye, por favor, te encargo la siguiente tarea…
―Sin problema.
Mi mente de inmediato viaja al mundo de los hipotéticos: ¿por qué habría de haber algún problema? Si estamos todos aquí con un objetivo anticipado, si sabemos que hay una tarea por resolver, que realmente no hay ningún problema y que todos los aquí presentes estamos presentes porque, teóricamente, tenemos la capacidad de realizar la tarea encomendada, ¿para qué adelantar que no hay un conflicto?
No soy fan del concepto de la “neurolingüística”, creo que es un término del que se ha abusado tanto como el del coaching o del neuromarketing. Y sin embargo estudié comunicación política en donde enfocamos gran parte del tiempo a leer a Chomsky y su gramática generativa; a Saussure: semiología y lingüística. El gran aprendizaje que obtuve al leerlos es uno solo: somos lo que decimos.
En las palabras llevamos la acción. Llevamos nuestra formación. ¿Qué sustantivos elegimos para responder? Implica en dónde están nuestros pensamientos. Si eliges “sin problema” antes que un “por supuesto”, “con mucho gusto”, “claro que sí”, lo más seguro es que se te identifique como una persona problemática, insegura de su capacidad al realizar una tarea y no calificada para terminarla con éxito.
En base a
Este no es un tema de empatía, sino de redacción básica misma. Y la expresan todo el tiempo, y en todo espacio ―es una muletilla terrible de la locutora con mayor audiencia del país―.
La Real Academia de la Lengua, indica:
“La forma correcta es con base en y significa ‘con apoyo o fundamento en’: Este tratado sólo podría ser realizado con base en el Derecho internacional; La petición se hizo con base en investigaciones policiales españolas. Existen otras fórmulas que pueden emplearse con este mismo valor: sobre la base de, en función de, basándose en, a partir de, de acuerdo con, según, etc. Sin embargo, son incorrectas las formas en base a y con base a”.
El problema es sutil y tanta gente llamará exagerados a quienes corrijamos esta oración, pero la realidad es que hay personas que, cuando la escuchamos salir de los labios de un posible cliente, proveedor o asociado, se nos derrumba la imagen que podríamos habernos formado de su persona.
¿Qué escucho cuando escucho “en base a”?: Falta de redacción básica, lo que significa falta de lectura, falta de hábitos positivos. Informalidad mental, poca capacidad de conversación: pereza verbal.
Y sí, podrá sonar terrible y despiadado, pero les comparto lo que en mi cabeza sucede cuando lo escucho. Y eso, muy probablemente, sucede en las cabezas de sus negociadores. Aguas.
¿Cómo vas?
Ésta oración, y la siguiente, son favoritas de la Generación X. Y no los culpo, el paradigma profesional con el que han crecido es el de la exigencia, de resultados, capitalismo puro: más trabajo, más eficiencia, más números, sin ponerse a pensar un poquito en las consecuencias.
¿Cómo vas?, parece un saludo automático, una expresión inmediata que se dice cuando hay un nivel de subordinación entre una persona y otra, que está más interesada en el progreso de una tarea que de cualquier otra cosa más.
Y es insecticida para los Millenials.
Derivado de una discusión filosófica que tuve con mi socio, acerca de esta expresión, me di a la tarea de investigar al respecto. La gran mayoría de las personas mayores de 45 años simplemente no perciben menor conflicto cuando alguien les pregunta: ¿cómo vas?
Y sin embargo, a todos los demás, la cosa se responde mentalmente con: “cuál es el apuro”, “por qué la prisa”, “para qué estar carrereando a los demás”.
Decir “cómo vas”, como primera oración a un compañero, un empleado, un proveedor o un cliente, exige un estatus en un procedimiento. Es algo que se pregunta cuando la urgencia está por encima de la cordialidad, de la educación o del pensar en la otra persona.
¿Su agravante? Cuando estás esperando a alguien y le mandas un mensaje para ponerle un bonito: “cómo vas”.
La puntualidad es todo un tema. Yo soy estrictamente puntual y sufro físicamente cuando no lo logro. Y no obstante, me parece terrible preguntarle eso a alguien que aún no llega a tiempo. ¿Preguntarlo mejorará su tiempo de llegada? Jamás. ¿Podría distraerlo, estresarlo, apresurar una decisión equivocada en su trayecto? Por supuesto, y peor aún si viene manejando.
¿Cómo estás?, ¿cómo te va?, ¿qué tal?, ¿quihubo güey? Hay tantas opciones para preguntar, si hay curiosidad, en la otra persona, que incluso puede responder el estatus del proceso por el que se está pendiente.
¿Me entiendes?
Y acá ya pasamos a la oración magnífica que parece inocente pero que es una tremenda ofensa: en toda la extensión de la palabra.
Me entiendes implica asumir que la otra persona no tiene la capacidad de comprensión necesaria para interpretar lo que le estás diciendo.
Y, nuevamente, muchas personas lo enuncian como si fuera muletilla. Lo repiten mientras están explicando algo. Pero, la realidad es que la persona que escucha esa frase puede estar pensando una de dos opciones: «realmente puede ser algo muy complicado, por eso me exige entendimiento que no alcanzo aún«, en el más noble de los casos; o «éste, ésta, sujeto, sujeta, realmente cree que estoy tan impedido como para poder entenderla?«.
Es un pecado en la conversación, que hiere sutilmente y responsabiliza al otro interlocutor de que no haya una comunicación efectiva entre ambos.
¿Solución? Empatía. En lugar de asumir que tu interlocutor no entiende, mejor asume que posiblemente no te estés explicando de forma eficiente. ¿Me explico?
Conclusión
Elegir las palabras precisas no es cosa de sabiduría, sino simplemente de pensar realmente, qué estás diciendo antes de decirlo; considerar los contextos actuales, a la persona con la que hablas y cuál es tu propósito. Ser respetuoso en un diálogo de negocios es la mejor carta de presentación que puedes tener.
Hay quienes defienden una mala educación detrás del concepto de «es que son una generación de cristal». Quizás valga la pena revalorar ese calificativo, y tratar las relaciones de las personas que están a nuestro alrededor reconociendo lo frágiles que pueden ser.