Hay una anécdota de usabilidad que hace diez años tenía mucho sentido. Hace tiempo en Argentina, a algún pibe innovador se le ocurrió la idea súper moderna de ayudar a las personas en situación de calle a encontrar su albergue más cercano a través de un código QR que podrían escanear con su… ¿smartphone?, y así encontrar la ubicación automáticamente e ir a pedir ayuda.
El chiste parece contarse solo: una campaña para gente pobre que exige de un teléfono celular para ser exitosa. Efectivamente, hace diez años y en las circunstancias que estaba Argentina, la campaña fue un fracaso y el hazmereir internacional durante mucho tiempo.
La idea, como todas las ideas, no vino sola. En aquella época en China ya eran muy populares los “sintecho”, los indigentes en las calles que, en lugar de poner un bote donde tirabas las monedas, había un QR para que lo escanearan y le dieran dinero: usualmente a través de la plataforma Weibo (de forma muy simplificada: el WhatsApp vitaminado de los chinos).
Las diferencias en el acceso a la tecnología entre Argentina y China eran abismales en aquella época -siguen siendo-. Y para México todo era anecdótico.
En nuestro país, en tantos años, he visto algunas tímidas implementaciones del QR a nivel local. Las facturas del SAT, todas, tienen un QR, con utilidad cero al cliente final -traen la cadena de la firma digital, cosa que no ubico a ningún mortal que use en su día a día-. Los marbetes de las botellas, esas estampas oficiales pegadas en todas las bebidas alcohólicas, tienen un QR que escaneas y sabes los datos de importación o producción de cada producto, algo útil, pero más bien una curiosidad que no todos (nadie) leen.
En algún momento del 2011 en una institución de salud donde trabajé promoví el diseño de un panfleto que tuviera un QR en la parte anterior, sin explicaciones. A los curiosos que les diera la intriga de qué trataba, encontrarían un enlace que abría y reproducía automáticamente un video en formato vertical -en aquella época solamente posible en Vimeo-, con una infografía animada que aumentaba la información del folleto. Realidad aumentada, en sus inicios.
Poco éxito tuvo, poca gente se percató de ello. Hace diez años, un QR exigía instalar una aplicación adicional. Hoy, ya está integrado de forma nativa en todas las cámaras de los teléfonos móviles.
Y llegó la pandemia, y todo ha cambiado.
La necesidad de comunicar sin contacto ha abierto una puerta a los códigos QR. La proliferación de los teléfonos móviles y la facilidad de uso hizo posible que todos los menús de prácticamente la totalidad de los restaurantes en la Ciudad de México fueran descargables vía QR. Muchos cometiendo el error de subir PDFs voluminosos, otros subiéndose a plataformas de menús complicadas y, los más listos, haciendo pequeñas landingpages sencillas de utilizar que cumplan con su cometido de manera eficiente.
Además, en cada establecimiento: bar, restaurante, hotel, café, qué hay en la capital de México, tenemos estos letreros oficiales del Gobierno de la Ciudad de México en el que te tienes qué registrar con un QR. Escaneas, pones tu teléfono, se establece la trazabilidad de movilidad de las personas.
Si comparamos este sistema de QRs, que muchos pensarán súper moderno, con el de Europa o Estados Unidos que integraron en el sistema de cada teléfono la trazabilidad automática e intercambio de datos para identificar la movilidad de los pacientes de COVID cruzando las bases de datos de Apple y de Google con el sistema de salud de cada país, pues la propuesta mexicana es ridícula. Cuestionable de su utilidad -no he visto, a un año de su implementación, qué acción haya implementado al autoridad con estos datos-.
El caso es que, en 2021, los QR ya son un signo identificable de realidad aumentada, de más información, de acceso e interacción digital con el mundo físico. Y es apenas el inicio. Los beacons de Apple, los tags de NFC en tantos dispositivos y elementos, el cruce de datos entre posición geográfica del teléfono, su orientación y posición, pueden detonar publicidad dirigida, acciones de gobierno -en los trámites, olvidarnos de las ventanillas- o el despliegue de curiosidades.
¿Es válido utilizarlos? Por supuesto, la gente ya los identifica y básicamente ya es accesible su interpretación para todo mundo. La curva de adopción de este lenguaje ya permeó y ya es parte de las habilidades de la sociedad.
¿Para qué?
- Exhibir información detallada en un espacio físico determinado.
- Activar registros en exposiciones, en conferencias.
- Acceder a sistemas digitales que permitan interactuar en un lugar público: por ejemplo, levantar una encuesta en línea y que se acceda a él por el QR.
- Enviar mensajes directos para atención al público: QR, WhatsApp, persona atendida.
- Pagar voluntariamente: CoDI -bendita plataforma-, imagen de cobro abierta, se dona y se paga.
Y así… a lo que la imaginación de. Considerando siempre el sentido común, la oportunidad del mensaje, la utilidad real a la persona que lo empleará. El QR debe ser un elemento que facilite la interacción digital en lugar de una barrera adicional (“o escanea el QR y descarga un menú de 100 MB, o no come”, cuando al lado tienes un pizarrón donde puedes poner tu menú), y así es como debemos entender la tecnología y las herramientas digitales, asumiendo además que es una herramienta pasajera que será superada nuevamente por otra más eficiente en un futuro nada lejano.